Hay días que parecen normales y acaban siendo una auténtica locura. Y todo por confiarme. Pensé que podía llegar al aeropuerto por mi propia cuenta, sin organizar nada, improvisando como siempre. Me equivoqué. No sabes el estrés que pasé. Hoy, si tengo que ir al aeropuerto, no me la juego: voy en taxi, y lo reservo antes. Porque lo que viví una vez fue suficiente.
Todo empezó con calma. Tenía un vuelo por la mañana y me levanté con tiempo. La maleta la había hecho la noche anterior, llevaba los billetes descargados en el móvil, el DNI en el bolso y hasta había dormido bastante bien. Me sentía tranquila. Demasiado, diría yo ahora. Porque lo único que no tenía claro era cómo iba a llegar al aeropuerto. Pensé que no hacía falta preocuparse tanto, que seguro había autobuses, trenes o incluso taxis libres. Qué ingenuidad.
El autobús que no apareció
La primera opción fue el autobús. Según la web, pasaba cerca de casa cada cierto tiempo. Parecía fácil. Me bajé con la maleta y esperé en la parada. Hacía algo de fresco, pero nada insoportable. Estaba confiada. Pasaron cinco minutos. Luego diez. Miré el reloj. La aplicación decía que llegaba en breve. Lo típico.
Pero ese «en breve» se convirtió en «nunca». Esperé veinte, treinta, cuarenta minutos. Cada vez miraba el reloj con más angustia. El autobús no llegaba y yo empezaba a sudar. No de calor, sino de nervios. Había dejado pasar otras opciones porque me había fiado de ese autobús que, claramente, no pensaba aparecer.
Me sentía atrapada, con la maleta al lado y la sensación de que algo iba a salir mal.
Mi hermano decidió no ayudarme
Volví a casa con el corazón acelerado. Se me ocurrió pedirle el coche a mi hermano. Vive conmigo, tiene tiempo y pensaba que me podría echar un cable. Fui a su cuarto, toqué la puerta y le pedí, casi suplicando, que me llevara al aeropuerto. Me miró con desgana y dijo: “No puedo. He quedado y si te llevo no llego”.
Le insistí. Le dije que iba tarde, que me había fallado el autobús, que solo le pedía un favor. Me soltó un “pues haber salido antes”. Me quedé callada. Tenía rabia, pero sobre todo una sensación horrible de no poder contar con nadie. Me dio la espalda y se puso los cascos. Como si nada. Ni una pizca de empatía.
Ahí ya empecé a enfadarme de verdad. El vuelo se acercaba, el tiempo corría, y yo sin saber cómo moverme. Tenía el nudo en el estómago y muchas ganas de pegarle una patada a la pared.
Pero no podía quedarme ahí parada. Tenía que moverme como fuera.
El tren me dejó tirada
Pensé en el tren. Había una línea que iba cerca del aeropuerto, o eso creía. Me fui corriendo a la estación, saqué el billete en la máquina sin ni siquiera mirar bien, y me subí al primero que ponía dirección aeropuerto. Me senté, me puse los auriculares y traté de calmarme.
Pero la paz me duró poco. A mitad de trayecto anunciaron que por obras en la vía el tren terminaba antes de llegar al aeropuerto. Me quedé blanca. Miré a mi alrededor esperando ver a alguien con una solución. Nadie. Todos con cara de no entender nada. Me bajé en una estación en medio de la nada, sin taxis cerca, sin nadie que me indicara qué hacer.
Me senté en un banco, agarré el móvil con fuerza y empecé a buscar cómo podía llegar. Nada me cuadraba. No había buses. No había otro tren en un buen rato. Me subía la rabia por dentro.
Pensaba: “¿Cómo me puede estar pasando esto justo hoy?”.
Llamé a un taxi… y también tardó
Ya casi sin opciones, llamé a una compañía de taxis. Les di mi ubicación y les pedí que me mandaran uno lo antes posible. Me dijeron que en diez minutos lo tenía. No sonaba mal.
Pasaron quince. Llamé. “Está en camino”, me dijeron. Esperé diez minutos más. Nada. El móvil me temblaba en la mano. El reloj avanzaba y yo veía cómo el vuelo se escapaba.
Cuando por fin llegó el coche, me subí sin saludar siquiera. Iba demasiado nerviosa. Le dije al conductor que iba al aeropuerto y que tenía que darme prisa. Me miró por el retrovisor y me preguntó algo que me dejó helada:
—¿No lo habías reservado?
—No… —le respondí— No sabía que eso se podía hacer.
Entonces me explicó que sí, que mucha gente reserva taxi con antelación, que así se aseguran de que el coche llega a la hora que quieren, sin imprevistos, sin tener que estar llamando.
Y ahí me cayó todo encima. ¿Cómo no se me ocurrió antes?
Llegué de milagro
Apretando los dientes y cruzando los dedos, llegamos al aeropuerto. Bajé del taxi casi saltando, corrí como una loca con la maleta, me choqué con gente, esquivé carritos y casi me tropiezo tres veces. El corazón se me salía del pecho, cada paso era una mezcla de angustia y desesperación.
El control de seguridad fue un suplicio: una cola eterna, gente sin prisa y yo sintiendo que cada segundo era vital. Me quité los zapatos, pasé el escáner, cogí las cosas a toda prisa, recogí la maleta con un movimiento torpe y seguí corriendo.
Las pantallas marcaban “última llamada” y tuve que pedir paso entre empujones. Cuando llegué a la puerta de embarque, ya estaban cerrándola. Mostré el billete y el DNI con las manos temblando. Me miraron, asintieron, y pasé.
Subí al avión jadeando. Me senté en el asiento como si me hubiera salvado de una catástrofe. Cerré los ojos, respiré hondo y traté de calmarme. Estaba agotada, empapada en sudor, con la cara roja y el pelo pegado a la frente.
El viaje ni había empezado y ya sentía que necesitaba vacaciones otra vez.
Ahora siempre reservo taxi
Durante ese vuelo no dejé de pensar en todo lo que había pasado. Todo el estrés, todo el mal rato, por algo que se podía haber evitado con un simple gesto: reservar un taxi con antelación.
Taxi San Pedro, servicio de taxi oficial en San Pedro del Pinatar, Lo Pagán y El Mojón con los que me informé tiempo más adelante, me explicaron que se podía reservar desde el móvil en dos minutos. Pones la hora, la dirección y listo. Te llega un mensaje de confirmación, te dicen quién es el conductor, qué coche lleva, y todo está claro desde el principio. Puedes pagar por adelantado, cambiar la hora si lo necesitas o incluso cancelar sin coste en muchas ocasiones.
Y no, no es caro, aunque parezca mentira. Por el contrario, es mucho más cómodo que andar corriendo por la ciudad, intentando que el autobús llegue o que alguien te haga el favor. Para mí, la tranquilidad no tiene precio.
Saber que el coche estará esperándome cuando baje con la maleta ya me cambia el día.
Ventajas que valen la pena
Ahora que uso este servicio, me doy cuenta de todo lo que me estaba complicando antes. Reservar un taxi con antelación te ahorra tiempo, te da seguridad, control y paz mental. No estás pendiente de si pasa el autobús, si hay retrasos en el tren o si alguien te va a dejar tirada a última hora. Tampoco necesitas andar cargando con maletas por media ciudad.
Las empresas que ofrecen estos servicios suelen ser puntuales. Llegan a la hora exacta, el coche está limpio, el conductor sabe perfectamente a dónde va y tú puedes relajarte sin estar mirando el reloj cada dos minutos. Incluso puedes pedir que te ayuden con la maleta, que lleven silla para niños, que haya espacio para más equipaje o que te recojan en una dirección concreta aunque esté algo apartada.
Y lo mejor: te envían la confirmación, te dicen quién es el conductor, el modelo del coche, la matrícula… Lo tienes todo claro antes de que llegue. No hay sobresaltos, no hay carreras. Todo está organizado, todo está pensado para que llegues bien.
Así es como hay que ir al aeropuerto: con calma, a tiempo y sin sudar la gota gorda. Ahora no me la juego, y duermo tranquila la noche anterior.
Ya no me arriesgo nunca más
Desde aquel día, cambié por completo mi forma de viajar. Si tengo vuelo, lo primero que hago después de comprar el billete es reservar el taxi. Me da igual si el vuelo es a las seis de la mañana o a las nueve de la noche. No quiero volver a vivir esa angustia.
No se trata solo de llegar a tiempo. Es cómo empiezas el viaje. Y empezarlo corriendo, enfadada, con lágrimas de rabia o con el corazón en la garganta… no es forma de hacerlo. Por eso, para mí, reservar taxi ya forma parte del viaje. Igual que hacer la maleta o llevar el DNI.
Aprendí de la peor forma, pero aprendí. Ahora lo tengo claro: yo no me la juego. Si voy al aeropuerto, voy en taxi. Reservado, confirmado y puntual.